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Los ritos de la muerte y el recuerdo del hijo de un antiguo funebrero

Milton Argüello rememora anécdotas del negocio familiar que montó su padre en Posadas a finales de los 50 y las viejas prácticas de trabajar con la muerte y el dolor

sábado 02 de noviembre de 2024 | 5:00hs.

Detrás de los vitrales se colocaban velas que iluminaban al difunto; los rituales se hacían en las casa. Fotos: Marcelo Rodríguez

Uno de los grandes misterios de la humanidad sigue siendo la muerte, y aunque es la única certeza que tenemos desde que nacemos, qué hay después de la muerte sigue siendo esa incógnita que a veces nos desvela.

¿A dónde vamos cuando partimos del plano terrenal? Los creyentes tienen al menos la esperanza de un edén para el reencuentro eterno con los seres queridos. No obstante, con la creencia de un cielo o no, la despedida de nuestros seres queridos es un ritual impostergable y hoy, en el Día de los Fieles Difuntos, hablamos de ello.

Lo cierto es que las prácticas actuales de esas ceremonias no son iguales a las de 50 años atrás. Gracias a la profesión de su padre, fallecido funebrero de Posadas, Milton Argüello tiene reminiscencias de aquellos tiempos y aún conserva algunas piezas de lo que fue el negocio que su padre montó en la esquina de Colón y Entre Ríos en 1958. Además de prestar los servicios fúnebres, allí mismo habitaban los miembros de la familia.

Uno de los faroles de bronce que iban delante del carruaje fúnebre.

José Orlando Argüello llegó junto a su esposa en 1956 desde Córdoba, donde también se dedicaba al negocio de los muertos. Pero antes de su escalada en la capital de la tierra colorada tuvo un paso por la ciudad de Corrientes donde se había asociado a la casa funeraria De Bonis.

“Cuando vinieron, papá compró ese cuarto de manzana, que todavía queda algo de esa propiedad, pusieron la funeraria. En ese momento estaba la empresa Caramuto, eran las dos empresas prácticamente más reconocidas en ese momento”, contó Milton en diálogo con el programa de streaming Y si hablamos de..

Cuando su papá falleció en 1996, la empresa que se llamó Funeraria Posadas, no supo adaptarse a los cambios y nuevos servicios que ofrecían las nuevas empresas del rubro y por ello fue perdiendo vigencia y clientes.

Otro de los tesoros de la época es el vitral de Jesús con la corona de espinas.

“Cuando papá se inició con la funeraria era muy común velar a los fallecidos en las casas particulares. También había un montón de supersticiones, velatorios de 24 horas, cositas que había sobre el armado de la capilla, el tamaño del ataúd”, recordó Milton.

Con esto entendemos que la empresa de los Argüello no tenía sala velatoria como todas las que se conocen hoy en día, los servicios que se prestaban se llevaban a la casa del difunto.

“Nadie se imaginaba velar a un familiar o allegado en otro lugar que no sea en la casa. Pero después vinieron las nuevas ideas, vinieron nuevas empresas y se establecieron ya las nuevas formas”, indicó.

Así, en un momento su padre intentó implementar la novedad en su empresa, pero ya la competencia era feroz y no pudo con ella. “El marketing que trajeron las nuevas empresas consistía prácticamente en copar el mercado con todas estas ideas nuevas: salón velatorio y de pronto se pasó de velar en una casa a un lugar totalmente ajeno, donde incluso se servía a los deudos y a los amigos de los deudos un copetín, cosas así que antes no existían”, rememoró.

El ritual de 24 horas y en la casa

Entre los servicios que ofrecía la empresa de Argüello estaba llevar a las casas donde se realizaría el funeral lo que se conoce como capilla ardiente (también llamada sala de velación, en que se mantiene alumbrado permanente del difunto), que consistía en los pedestales para el ataúd  y donde se colocaban los cirios o velas eléctricas.

Detrás de los vitrales se colocaban velas que iluminaban al difunto; los rituales se hacían en las casa. Fotos: Marcelo Rodríguez

“En los velatorios de mayor categoría se usaban cirios naturales, eran grandes, de color amarillo y blanco que tenían que durar toda la noche. Eso iba alrededor del ataúd, a veces con cordones y las coronas de flores. Asimismo, se armaban detrás del ataúd unos biombos que contenían ciertos lugares para poner flores o vitrales con velas detrás para que lo ilumine”, explicó sobre el procedimiento de antaño.

El servicio era 24 horas, se hacía el sepelio y al día siguiente se llevaba al difunto al cementerio. Asimismo, su padre tenía una carpintería donde se hacían ataúdes de madera.

Una de las reliquias que conserva Milton es uno de esos vitrales con la imagen de Jesús con la corona de espinas que lo tiene a resguardo hasta el día de hoy.

Otro de sus tesoros de la época son dos faroles de bronce que iba frente a un carruaje fúnebre que era tirado por caballos. “No recuerdo haber visto al carruaje en funcionamiento, sí me acuerdo que estuvo en la funeraria. Era muy bonito”, compartió.

Hoy el destino de ese carruaje es incierto porque en una de las tantas veces que el padre de Milton lo prestó para distintos eventos como la estudiantina, nunca más se lo devolvieron. Aunque parece que el destino último fue Oberá.

“No creo que lo hayan destruido, supongo que debe estar por alguna parte acá o en el interior. Lo que tengo de ese carruaje además son dos ruedas. Ojalá pudiera recuperar ese carruaje nuevamente, por lo menos saber que está sano, me acuerdo sí de los del tapizados, era todo negro”, pidió Milton.


La Piedad cumplió 145 años

El cementerio posadeño La Piedad cumplió ayer 145 años de puesta en funcionamiento. Sobre aquel día de 1879, la historiadora Silvia Gómez trajo a la memoria: “Para el día de inauguración del cementerio se convocó a los alumnos de las escuelas que hicieron un cordón. El Regimiento 3 de línea apostó un cordón para trasladar los restos. Fue un gran acontecimiento, este pueblo que en ese momento no llegaba a 10 mil habitantes, trasladando el cementerio a un lugar que era lejísimo del casco urbano”.

“Era muy común en los siglos del XVII al XIX la catalepsia, por eso velaba por 24 horas. En lugares se colocaba una campanita fuera de la sepultura y un hilo se le anudaba a un dedo del pie o de la mano al difunto por si era víctima de catalepsia, para que pudiera hacerla sonar y así salvarle la vida”, cerró.

A partir de ahí arrancaba la novena que era rezar durante nueve días deudos por el eterno descanso mientras se preparaba la cruz que se hacía con los elementos que había en la casa.

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