El whisky tuvo su origen en Irlanda durante el siglo XV, aunque el documento legal más antiguo fue registrado en Escocia. A lo largo de los años, se perfeccionó su elaboración, generando distintos perfiles de sabor dentro de este destilado que volvió a estar en el centro de la escena en el mundo de la coctelería.
LA NACION dialogó con Adriano Marcelino, uno de los especialistas más importantes del país, quien contó todos los secretos alrededor de esta bebida que tiene cada vez más adeptos en nuestro país.
Marcelino es barman hace más de 20 años y es dueño de Brukbar. Actualmente, da cursos en el Museo del Whisky (Villa Urquiza) a cargo de Miguel Ángel Reigosa, uno de los coleccionistas más importantes del mundo con 5.000 etiquetas.
En su carrera, Marcelino, tuvo la posibilidad de trabajar y formarse en Estados Unidos, Noruega y Londres, pero fue en este último lugar donde sus conocimientos de coctelería aumentaron considerablemente al tratarse de una de las mecas mundiales de la coctelería.
La cercanía a Irlanda y Escocia aumentó su interés por el whisky, lo que lo llevó a viajar a la cuna de esta bebida para profundizar sus conocimientos a través libros y de las destilerías que visitó. Cabe destacar que no existe la carrera de sommelier de este destilado, pero se brindan diversos cursos y talleres al respecto.
En la actualidad, existen cinco países emblemáticos en materia de producción de whisky; sin embargo, se está gestando una nueva oleada de productores porque, para su elaboración, se puede fermentar con distintos tipos de cereales tales como el trigo, centeno, el maíz y la cebada.
“Las cinco potencias históricas son Escocia, Irlanda, Estados Unidos, Canadá y Japón, este último ha ganado muchísima fama en los últimos 15 años porque ha sido multipremiados. Después hay países nuevos que están haciendo whisky como Australia, Sudáfrica, Francia (el mayor consumidor de whisky per cápita del mundo), Taiwán y acá en Argentina se está produciendo. Mi favorito es uno que se llama Madoc, que se produce en Dina Huapi, en las afueras de Bariloche”, introdujo Marcelino.
Según su perspectiva, el whisky llegó a muchos más paladares en el último tiempo de la mano de la coctelería y de la fama que ganó gracias a series y películas. Hasta no hace mucho tiempo, esta bebida tenía un estigma de que solo la bebían hombres de cierto rango etario y poder adquisitivo, pero desde hace un tiempo lo disfrutan personas de todas las edades, por supuesto, mayores de edad. “Es una bebida muy intensamente aromática, con muchas capas por descubrir”, indicó el especialista.
No obstante, tuvo una baja en su consumo durante los años ochenta por ser considerada una bebida “aburrida” que los jóvenes no querían tomar. En su lugar, se volcaron al gin, al vodka y al ron. Pero el gran trabajo de marketing escocés logró revertir esta situación.
“Los whiskys en Argentina, sacando la coyuntura económica, estuvieron más baratos que en cualquier otro lado del mundo. El problema es que el poder adquisitivo del argentino bajó”, explicó el bartender, y añadió: “Hay whiskys de muy buena calidad y hay algunos que se acomodan a cualquier presupuesto”.
“No hay una manera correcta de tomar whisky”, remarcó Adriano; cada uno lo bebe como más le guste. Sin embargo, hay que hacer una diferenciación en cuanto a la apreciación del whisky de disfrute.
Por un lado, para una cata se debe tomar solo o con una pizca de agua para revelar el trasfondo aromático. Al tratarse de una bebida con 40° de graduación alcohólica, puede impactar en la nariz, ya que nuestro organismo no está preparado para discernir aromas a esa graduación. Entonces, el agua baja ese impacto de alcohol, florecen sus componentes volátiles y la persona puede evaluarlo mejor.
Por otro lado, existe el disfrute, y en este sentido se puede beber con hielo, que tiene un efecto contrario al agua. “El alcohol por el frío baja la temperatura y le agrega más agua. Se toma más fácil, pero nos roba los aromas y la percepción no es la misma. Para el disfrute está perfecto, pero para una cata no sirve”, explicó Marcelino.
“Como bartender digo que uno lo puede tomar como más le gusta: en un cóctel, con soda, con gaseosa, etcétera. No hay una manera correcta o incorrecta”, señaló.
A su vez, surge la duda para alguien que gastó mucho dinero en una etiqueta especial y opta por combinarlo con una gaseosa, por ejemplo. “Eso ya es decisión de cada uno y de su presupuesto. Entiendo que tener un whisky de 30 años y alterarlo de alguna manera podría ser un poco pecaminoso, tal vez; podría decir que sí. Pero ese whisky es de su comprador y tiene los títulos para disfrutarlo como más le gusta”, indicó el bartender.
Cómo elegir un buen whisky
Para la persona que está comenzando en el mundo del whisky es recomendable degustar distintas marcas en bares o con algún amigo que tenga alguna botella, ya que a la hora de enfrentar una góndola con variedad de marcas, la etiqueta no proporciona una información de las características que tiene esa bebida en particular. Tampoco hay que dejarse llevar por la presentación de la etiqueta, ya que puede caer en la compra de un producto que no va a consumir nunca. Ni siquiera el color del whisky puede revelar el carácter de la bebida. Acá es importante la experiencia.
Puede haber whiskys más ahumados, ligeros, frutales o florales; sin embargo, no hay categorías, como sucede, por ejemplo, en la cerveza artesanal. A esta bebida se la puede agrupar por su lugar de origen: Scotch (Escocia), Irish Whisky (Irlanda) o Bourbon (Estados Unidos). Sin embargo, esto tampoco es un parámetro de sabor, ya que del mismo país pueden surgir dos perfiles distintos en la actualidad, tal como ocurre, por ejemplo, en Escocia.
Lo que puede asegurarse el consumidor a la hora de mirar una etiqueta es la cantidad de madurez que tiene la bebida. Si se trata de un scotch, es un mínimo de tres años, y en un bourbon, un mínimo de cuatro. Además, las botellas llevan un número que indica la edad del componente más joven.
Ahora, la pregunta es, ¿cómo me doy cuenta de que estoy bebiendo un whisky bien logrado? “Yo digo que el whisky tiene que ser una buena historia. Un principio, un nudo y un desenlace para ser bueno. El principio es cuando uno lo ve y lo huele, esa promesa que nos hace; después el nudo, que es cuando uno lo prueba y lo tiene en boca. Pero ese calor que nos deja al final es el momento definitivo a la hora de evaluarlo. Un buen whisky es el que nos deja algo. Si lo pruebo y se sigue desarrollando a los 30 segundos, es decir, puedo seguir disfrutando su sabor y aroma, estamos en presencia de uno bien logrado”, señaló Adriano.
Con toda esta información, es solo cuestión de que los amantes del whisky se animen a explorar nuevos sabores dentro de la amplia gama que presenta una de las bebidas más icónicas a nivel mundial.