La Habana de Fito es un documental de Juan Pin Vilar, de una hora de duración, que está circulando por algunas grandes salas de cine de nuestro país y de festivales de otros países como el de Málaga, España. Antes, en Cuba, fue inicialmente prohibido y posteriormente exhibido sin aprobación de su director en la televisión. El material de archivo muestra presentaciones de Fito Páez cantando éxitos de toda su carrera en importantes festivales como el iniciático de 1987 en Varadero, y por supuesto también en La Habana, como en el cierre de la gira del disco El amor después del amor. Hay, asimismo, material de archivo sobre la historia de Cuba: la edición deja ver, a la vez, la reivindicación de planteos sociales y la nostálgica belleza de su gente y de su geografía, y también referencias concretas a la pobreza, a detenciones ilegales y fusilamientos, y sospechas en torno a la muerte de Camilo Cienfuegos. Juan Pin Vilar reflexiona sobre el film.
—¿Qué dimensiones le había dado a este proyecto inicialmente y cómo vive la repercusión internacional que está teniendo?
—Nunca fue un proyecto menor, porque es algo que queríamos contarles a nuestros nietos: todo ese pedazo de nuestra vida. El documental se convirtió en algo que aborda con profundidad a mi país, según cómo uno vio de qué manera fueron cambiando las cosas y la impronta de Fito Páez y cómo a la gente le gusta su música. Pero nunca pensé en la decisión o la estupidez del funcionariado del Ministerio de Cultura y del Cine cubano de ese momento, y todavía ahora; nunca pensé en que esas personas tomaran una idea tan estúpida, que provocara un revuelo de este tamaño. Tú no puedes pensar en la estupidez del otro, en que va a comportarse de un modo tan inadecuado y delincuencial, como ellos se portaron con nosotros y con el cine.
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—¿Qué otras reacciones le sorprendieron?
—Tampoco nunca me imaginé, y agradeceré toda mi vida, a los colegas que saltaron primero alarmados y luego totalmente enojados con la censura del documental, con el tratamiento que se me había dado a mí como artista [entre ellos, Silvio Rodríguez]. Esos son los dos eventos extrartísticos del documental, que uno no pudo imaginar. Tampoco se puede saber que tenga éxito o no. Así que lograr que un documental se ponga en una cadena de cines como si fuese cine común, eso ya es un logro extraordinario.
—¿Qué expectativas tiene con el futuro de “La Habana de Fito”?
—Me gustaría que los jóvenes vieran el documental en nuestro continente, que parece que va a ser devorado por fuerzas inexplicables para el hombre común, para mí mismo, que soy un hombre común. Desde la construcción del pasado, los jóvenes podrán defender y comprender su futuro. Me gustaría que vieran el documental, no por que tengamos la verdad, sino porque esto es un punto de vista más sobre todo lo que tenemos que aprender.
—En muchas situaciones las personas aparecen con barbijo. ¿Cómo fue el proceso de filmación de escenas relativamente recientes (no las de archivo) y cómo impactó la pandemia de covid-19?
—Esto empezó en 2017. La entrevista con Fito estaba guardada. El material de archivo ya estaba. Luego se presentó a un fondo en 2019, que ganamos. En la pandemia, tuve los permisos para filmar los planos de la ciudad; por eso, están muchos con nasobuco (como le decimos nosotros). La pandemia imposibilitaba movernos con naturalidad, como ir a la casa del editor. La economía del mundo estaba resentida; la economía cubana estaba por el piso. Pero era cuestión de armar la idea. En 2021 ya estaba el primer corte y terminamos efectivamente el documental y se presentó en New York [en el 22 Havana Film Festival New York] como un work in progress. Decidimos ponerlo como una muestra especial y ver la reacción del público, porque el drama que teníamos es que no nos permitían ponerlo en Cuba. No se encontraba en Cuba dónde ponerlo para hacer esa prueba. En New York era la única manera que teníamos de saber si íbamos bien.
—¿Por qué Cecilia Roth aparece autofilmada en un departamento?
—Estábamos en pandemia: ¿cómo viajar? Ella, con su generosidad, se filmó con su teléfono. Pudo haber dicho que con un teléfono no lo haría, pero tuvo la maravillosa generosidad de dar un enjundioso y largo testimonio.
—El documental, ya desde su título, tiene dos protagonistas. La Habana es uno de ellos. Es presentada con sus tensiones, sus contradicciones. ¿Cuáles son las luces y las sombras que aparecen?
—Las luces es la historia, porque Cuba es un país hermoso, que dio y continúa dando, y en alguna época dio mucho más, con sus sombras bien ocultas, un país radiante. Uno va viendo la evolución de esa oscuridad, según uno va caminando a través de los testimonios. Es inevitable el deterioro económico y del pensamiento revolucionario. El movimiento de la sociedad de Cuba es grande y se va notando. La Cuba que Fito encuentra la primera vez se va apagando hasta el último momento del documental. Ahora la situación es distinta, caótica, inenarrable. Hoy Cuba se parece a las imágenes más duras de ese documental.
—¿Y qué luces y sombras de Fito Páez presenta el documental?
—Sombra, no le veo ninguna. Si la tiene, eso lo tienen que evaluar los argentinos. Nosotros, desde aquí, lo vemos desde la luz. No podemos tener la opinión certera de lo que es. Argentina está viviendo una situación particular, absolutamente polarizada e ideologizada. Las situaciones así regularmente encuentran como solución la violencia. Así que no sabría evaluar cómo se ve Fito en el documental, pero aquí siempre fue luz, inclusive en el post documental, porque no nos ha abandonado nunca.
—En algunos momentos de la entrevista central, Fito Páez presenta una posible interpretación sobre el concepto de revolución. ¿Cuál es el suyo, cuál surge de este proyecto?
—Revolución es cambio, un cambio de todo lo que debe ser cambiado. Fidel Castro hizo un legado, como Moisés y las Tablas de la Ley. Pero para poder seguir avanzando, uno de los obstáculos fundamentales de Cuba es la relación de dependencia con Estados Unidos, por razones geográficas, históricas, de confrontación, desde hace doscientos años. El otro obstáculo es la mediocridad y el fracaso del gobierno cubano, sobre todo, del actual gobierno cubano. La misma generación, cuando sigue en el poder, empieza a defender otros intereses, empieza a perder el sentido de lo que tú mismo fuiste. Pablo Milanés lo decía: “Son traidores de ellos mismos, de lo que ellos mismos fueron”. Ellos, que son la vanguardia de la revolución, ¿cómo se han convertido en contra revolucionarios, en algo estático? En el documental, trato de mostrar cómo va evolucionando el pensamiento a través del desencanto y llega a una ruptura con el gobierno. Pero no es una ruptura con el pueblo de Cuba, ni con las causas por las que es posible la revolución.
—¿Podría elegir alguna escena, secuencia o plano que le resulte particularmente logrado o sustancioso, en su planteo fílmico?
—Elijo dos. La escena del señor negro, grande, sentado tomándose una copa de vino en lo que fue la plaza vieja de la parte colonial para mí es muy simbólica. Es un negro en el centro de lo que fue la colonia, hoy en día. La otra es donde se ve a mi madre, sentada debajo del monumento del Acorazado Meine, el de cuando Estados Unidos interviene Cuba. En ese monumento, senté a mi madre, que en ese momento tiene 93 años, y pasa mi hijo cruzando enfrente. Mi madre fue una vieja guerrillera, luchadora desde la clandestinidad cuando se hizo la revolución. Mi hijo ya se estaba yendo para La Florida.