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El economista de Jimmy Carter que por la inflación cruzó a los camioneros: «Que les vaya peor», les dijo

Me encantaría que a los camioneros les fuera peor. Me encantaría que a los trabajadores de las automotrices les fuera peor. Puede parecer inhumano, lo digo sin tapujos. Quiero eliminar una situación en la que ciertos trabajadores protegidos de determinados sectores aislados de la competencia pueden ver incrementados sus salarios mucho más deprisa que la media, independientemente de sus méritos o de lo que haría un mercado libre”.

La frase es del economista estadounidense Alfred Kahn, conocido como el padre de la desregulación de la aviación civil en Estados Unidos en los años 70, defensor (y experto) ferviente de la librecompetencia. Pensaba que una desregulación completa de un sector era mejor que una desregulación parcial o incluso un mercado imperfecto.

Kahn fue un economista de la Universidad de Cornell que dejó la academia por la política. Y no fue Ronald Reagan ni Margaret Thatcher sino el presidente Jimmy Carter quien lo sumó a su gobierno para dirigir la Junta de Aeronáutica Civil y levantar regulaciones gubernamentales para bajar los precios de los vuelos.

En aquel momento la Junta determinaba dónde podían volar las aerolíneas y cuánto podían cobrar por los pasajes, impidiendo la flexibilidad de horarios y tarifas. La desregulación llevó a la creación de nuevas compañías con servicios menos lujosos que las tradicionales, como PanAm, con tarifas más bajas, algo así como un precedente de las low cost.

Cuando Carter asumió (1976) la inflación era el tema que EE.UU. no había podido resolver en lo que iba de aquel período. El IPC en 1974 había dado 11% y al año siguiente 9%. Los gobiernos anteriores, todos republicanos, habían apostado principalmente a establecer controles de precios como herramienta antiinflacionaria. Todos ellos mostraron no solo ser un fracaso sino la puerta de entrada a una encerrona para los políticos, que se conoció con el nombre de estanflación: inflación y desempleo simultáneos.

Carter nombró a un equipo de economistas de tinte más ortodoxo que heterodoxo, algo que no era intuitivo que fuera hacer, dado que era demócrata y permeable a las ideas socialistas. Pero era la agenda de la desregulación y la de una política monetaria más restrictiva la que se imponían frente a los desaciertos de Richard Nixon y Gerald Ford, curiosamente republicanos. Los economistas y asesores del propio Carter culpaban a los sindicatos de la persistente inflación, argumentando que los convenios colectivos de sus trabajadores habían terminado aumentando los precios, un argumento que tenía sus raíces en trabajos anteriores de Ludwig von Mises, John Maynard Keynes y hasta Kenneth Galbraith.

Según la tradición de Von Mises (clásica), la reducción del salario era la clave para bajar los costos de las empresas y evitar despidos masivos. “El desempleo es un problema de salarios, no de trabajo”, escribió el economista austríaco.

Los más críticos (Keynes) sostenían, en cambio, que los despidos eran inevitables porque las empresas habían firmado esos convenios colectivos que las obligaban a mantener salarios artificialmente altos y al no poder reducirlos, no tenían otra opción que despedir.

Keynes argumentó que estaba mal no solo lo que Von Mises había esbozado, sino también otros economistas de Cambridge. Decía que esos planteos tenían sentido en un pizarrón pero no en el mundo real. “La deflación no reduce los salarios automáticamente y si los reduce lo hace causando desempleo”.

Para el inglés, resultaba toda una provocación, de los gobiernos a los sindicatos, el hecho de aspirar a que una deflación como la que se proponía el modelo austríaco ajustara las cuentas de las empresas. Excepto, claro, que el gobierno tomara cartas y participara de una negociación entre privados y gremios.

Pero los convenios colectivos no eran el único obstáculo a una baja salarial: había en el fondo un problema de coordinación, un concepto en el análisis keynesiano y menos mecanicista de los austríacos: ningún trabajador aceptaría un recorte de su sueldo por el bienestar general sin obtener alguna garantía de que los demás estarían dispuestos a sufrir el mismo trato. De lo contrario habría cedido en algo sin obtener nada a cambio. “Los primeros en aceptar, experimentarán un peor nivel de vida ya que la inflación no disminuirá hasta que esa misma política no se haya cumplido con éxito con todos los demás”.

Esto que Keynes planteó a mediados de los 20 para Gran Bretaña, fue lo que Carter-Kahn y Paul Volcker 50 años más tarde supieron enfrentar en EE.UU. (Carter ayudó a bajar la inflación también otorgando mayor legitimidad a la Reserva Federal). Y ahora, curiosamente otros 50 años después, ¿será el turno de la Argentina con Milei de un experimento así?

Habrá que ver si Milei consigue romper la inercia de los camioneros como decía Kahn y logró Carter: que ciertos trabajadores de sectores que no compiten logren subir sus ingresos más que el resto y termine trasladándose al resto de los costos de la economía propagando la inercia y la inflación.

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