Hacia fines del 1800 y hasta bien entrado el siglo pasado, viajar era hacerlo en barco. Irse en crucero era la única manera. La enorme mayoría de inmigrantes poblaron América zurcando el Atlántico invirtiendo más o menos un mes de sus vidas. No siempre del modo más confortable. Más bien casi nunca. Cuando la medida del viaje la daban la proa y la popa, crear lujo para los selectos implicaba ponerle ingenio al caso para que bajo la vela y sobre los motores llevara algo más que sólo un traslado.
El pasado de los cruceros culturales
El británico Henry Lunn fue un vanguardista en la materia. Primero fundó en 1930 un club al que llamó Hellenic Travelers. Sus miembros podían participar de cortos recorridos por las islas griegas y Asia Menor, pero no se trataba sólo de navegar. Para amenizar el recorrido contrató profesores que se dedicaban a enseñar a los pasajeros sobre los lugares que iban a visitar. Todo siguió viento en popa, con un grupo selecto de viajeros con curiosidad por el conocimiento y las travesías, hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando todo se detuvo.
Su asistente personal, WF Swan, aprendió de su jefe el modo de proponer una experiencia de lujo en serio. Con esa inspiración fundó Swan’s Travel Bureau apenas finalizada la guerra. Los comienzos fueron algo lúgubres porque sus tours llevaban a visitar tumbas y campos de batalla, pero con el tiempo empezó a darse cuenta de que los viajeros tenían ganas de volver al ruedo dentro de sus posibilidades y comenzó a organizar tours culturales, porque los cruceros aún no eran una oportunidad visible.
Fue su hijo, Richard Kenneth Swan, quien retomó recién en 1954 el objetivo de navegaciones culturales, donde los turistas volvían, sobre todo, con nuevo conocimiento. El éxito fue rotundo. El emprendimiento funcionó hasta que el objetivo del negocio se convirtió en los grandes mundos flotantes con ciudades construidas para cruzar el mundo y Swan feneció.
Casi en el mismo momento, como si fuera una increíble reencarnación, en Trieste nacía Andrea Zito. Justo en la ciudad que tiene la más grande plaza de Europa mirando al mar. Los que la conocen, dicen que es la ciudad menos italiana de Italia y se la define como un pequeño compendio del universo. Por las calles que caminó James Joyce se forjó la dinastía Zito. “Toda mi familia es de Trieste -cuenta Andrea-, mis abuelos nacieron allí bajo el Imperio Austriaco y todos estaban relacionados de alguna manera con el transporte marítimo. Soy la tercera generación de arquitectos navales e ingenieros marinos graduados universitarios y mi hijo también egresó de la universidad hace un año en la misma especialidad y ahora comenzó su carrera en la industria de cruceros”.
Andrea se crió con las venas en el mar. Deambulando durante su infancia por el paseo marítimo de Trieste, gelato en mano, para no perderse ni una de las puesta de sol. “Siempre viví cerca del mar -sigue-y estoy muy conectado con el medio marino. Es mi ambiente. Es lo que se ha respirado en mi casa desde que tengo uso de razón. Es lo que degusta y donde me siento cómodo”.
En la familia estaban más a la mar que en tierra. Andrea se convirtió en un experto nadador, bucea con presteza, es un sabio pescador en más de una técnica deportiva y es capaz de conducir casi cualquier timón, aún a vela.
Esos ojos puestos en el horizonte que propone el mar, además de relacionarlo con las olas, le sembró el amor por ir más allá. “Soy un ávido viajero -se autodefine-. Viajé en barcos cuando era niño”.
Hubo un momento en que su familia debió mudarse lejos de Trieste. Se afincaron en Brasil por cuatro años. “En esa época la forma más cómoda de moverse eran los transatlánticos”, explica. Fueron tiempos de ver el mar con otra perspectiva.
Al momento de regresar a Europa, lo hizo en un barco emblema de la navegación: el famoso y en ese momento flamante Eugenio C. Un barco que el destino le tendría reservado para administrar en los años ´90.
Un estilo de vida también sobre el mar
Como no podía ser de otro modo, Andrea Zito ingresó al mundo de los cruceros, y en él ha trabajado toda su vida. Fue protagonista del crecimiento de la industria, cuando pasó de los tres millones de viajeros en los años 90 a 30 millones en la actualidad. Fue manager, director técnico y vicepresidente de operaciones marinas de algunas de las marcas más emblemáticas. Un día se cansó de ver ciudades flotantes, y dejó todo.
“He gestionado probablemente alrededor de 150 cruceros diferentes en mi carrera y siempre me han apasionado los barcos más pequeños y elegantes que viajan a destinos exóticos -añade-. Últimamente tuve la oportunidad de administrar y comenzar varios proyectos de embarcaciones de expedición, lo que significa tener la oportunidad de poner en práctica todo lo que aprendí en los últimos 30 años sobre destinos, operaciones en entornos desafiantes y un alto nivel de hospitalidad para brindar al huésped”.
Allí le empezó a dar vueltas la idea de recuperar una marca emblemática: la misma que fuera emblema en los ‘50 en pequeños viajes históricos y culturales. Allí relanzó la idea de llevar apenas 100 pasajeros alrededor del mundo, brindándoles una serie de servicios de información y capacitación, donde los turistas toman conferencias y cursos durante el viaje, y aunque recorre el mundo en una vuelta completa, los pasajeros pueden subirse en cualquier tramo.
Andrea, quien habla con fluidez seis idiomas, se deja arrasar por su interés por las diferentes culturas y los viajes. “Quiero inspirar a los pasajeros para que se sumerjan en los diferentes entornos, comprendan completamente el destino que están visitando y realmente se conecten con sus emociones cuando estén allí -dice. Viajar es siempre un desafío y una aventura: conoces gente, ves lugares maravillosos y eventualmente regresas a casa enriquecido y de alguna manera transformado. Viajar por mar además te lleva a las zonas más remotas del planeta donde puedes disfrutar de la belleza de la madre naturaleza. El huésped perfecto es un viajero curioso que quiere profundizar en el destino y no sólo arañar la superficie.
Como experto viajero y con toda la carga de tradición familiar, sus destinos recomendables tienen mucho de experiencia. “La más magnífica es la Antártida, lo que me llama la atención todo el tiempo es lo enormes y fuera de escala que son los panoramas totalmente dominados por animales donde los humanos son solo un huésped temporal.
En segundo lugar, y quizás menos evidente, está el Mediterráneo. En verano es hermoso con tantos lugares históricos. Visitar algunos de los parques arqueológicos remotos en la costa de Turquía, como Knidos con su anfiteatro romano justo en la playa…. En tercer lugar está Aldabra, el atolón y desierto a 1.100 kilómetros de la capital de las islas Seychelles. Es un parque natural hogar de la mayor colonia de tortugas gigantes y está rodeado por un arrecife ideal para practicar snorkel”.
Pero más allá de estos grandes viajes que lo atraviesan en términos de experiencia, siempre está detrás de encontrar aquél secreto que puede sorprender a sus interlocutores. “Este año -cuenta-, durante mis vacaciones en velero en Grecia, aterricé en la isla desierta de Despotiko, muy cerca de las concurridas Antíparos y Paros, pero bastante fuera del circuito habitual y con un sitio arqueológico recientemente desarrollado, hogar de uno de los santuarios griegos más antiguos que data del siglo VI a.C.”. Aprecia saber que dejará los ojos de sus amigos como platos cuando les relate el nuevo descubrimiento. Y van…