En la pintura mural de Leonardo, «La última cena», se reproduce la imagen de Jesús rodeado de sus apóstoles en torno a una mesa. Se lo ve a Cristo diciendo que uno de los presentes, a no mucho tardar, lo traicionaría. Los apóstoles se escandalizan tanto que parecen todos culpables. La escena invita a descubrir al traidor, Judas, que mostraba la misma extrañeza que el resto de sus compañeros. Vivimos tiempos tan vaporosos que la traición ya no es la que era. De degustarse como plato frío, ha pasado a ser un delivery barato de 24 horas. Los «judas» de Milei se reproducen como champiniones en todo el territorio nacional. Maximiliano Bondarenko le soltó la mano al presidente asegurando que su madre de 91 años es jubilada y no llega a fin de mes, a lo que «El Flaco» Dan (dicen que se quedó piel y huesos luego de la derrota del domingo), vaciado ya por dentro y por fuera, cruzó al diputado por su deslealtad, aunque uno sospecha que para el «influencer» 91 años no son motivo suficientes para jubilarse. Así está el patio, la proa y la popa del «anarcocapitalismo», con profetas serviles saltando vertiginosamente del Titanic. Sorprenden las declaraciones del almirante Nelson (Castro), al frente del navío, al diagnosticarle una presunta enfermedad psicótica al presidente. Nos vino a decir que está casi para encerrarlo, con tratamiento de electroshock incluido. ¿Serán los mismos electroshocks de ajuste y de pobreza que el afamado columnista aplaudía cuando Milei a modo de potro de tortura deslizó por la sociedad argentina? Serán. Le faltó cerrar su ira contra el presidente con un «Palestina libre, carajo», para que uno ya no pegue ojo en toda la noche y planifique la próxima visita al terapeuta.
En Palestina la noche oscura se hace más oscura, y lo horrible más horrible. Hay noticias que se deslizan sin más, sin detenernos en ellas: «Israel ataca a cinco ambulancias, un camión de bomberos y un vehículo de la ONU que iban a recoger heridos. Murieron 15 médicos, cuyos cuerpos fueron tirados a una fosa común en una cuneta, algunos maniatados». La muerte abre los ojos en cada esquina. El fútbol no es una excepción. «He perdido a más de 250 personas entre familiares, amigos y compañeros», declaraba Ihab Abu Jazar el técnico de la selección nacional de fútbol palestino al diario italiano La Gazzetta dello Sport. La desolación se refleja en cada palabra: Su mano derecha, Hani Al-Masdar, murió bombardeado mientras entregaba ayuda humanitaria, y su mejor jugador, Suleiman Al-Obeid, apareció sin vida debajo de los escombros esperando comida para sus hijos. Mas de 300 instalaciones deportivas fueron destruidas, y el ultimo partido de la selección en su territorio se remonta a 2019: un empate sin goles frente a Arabia Saudita. Desde entonces compite en campos neutrales. Más de 1.000 personas ligadas al deporte palestino murieron desde el comienzo del conflicto. Sin embargo, gracias al fútbol «la gente se olvidó por un momento del horror», declaraba Abu Jazar. En junio, Palestina le ganaba 1 a 0 a Irak y estuvo a punto de clasificar a la fase final del Mundial. Una «rabona» sublime, de resistencia y combatividad, ante tanta indiferencia, destrucción, aniquilamiento y barbarie. «Recibimos videos de familias en Gaza que reunieron lo poco que les quedaba para comprar combustible y ver el partido. Cada pelota que tocamos es parte de una lucha mucho más grande: la lucha por la libertad», expresó.
Deshumanizar es el primer objetivo del racismo sin raza, el elemento básico de cualquier guerra de exterminio, el ropaje con el que se abrigan los autoritarismos convencidos de que deshumanizar al otro construye lealtades electorales. En realidad, no llegamos tarde a reconocer el genocidio, sino a admitir que siempre supimos que lo era. Sabemos, pero no queremos saber. Esa disonancia cognitiva de perversa ignorancia deliberada. El «Flaco» Dan sabe de lo que hablo. Ya está con los salvavidas puestos para saltar del Titanic.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979.