El síndrome de Hubrys, estudiado por David Owen, es uno de los factores que mejor explica el ocaso de líderes y gobiernos. El ambiente enfermizo de los palacios se parece mucho en todos los países. Los presidentes están rodeados de personas que los adulan, de uniformados que presentan armas y sus empleados les hacen creer que son omnipotentes e inmortales.
Cuando acaba el gobierno se percatan que la realidad es distinta. El poder es efímero y traicionero, muchos de los que se arriman al trono guardan papeles para chantajear al mandatario cuando deja el poder. Los que ansiaban tener su numero telefónico, querían hablar con la persona que ejercía un cargo, sino con el cargo. Cuando cambia el gobierno borran los teléfonos de los funcionarios y los sustituyen con los de sus reemplazos.
Los altos funcionarios, muchas veces, de perseguidores se convierten en perseguidos, y recorren los Tribunales de Justicia por acusaciones, que a veces, son exageraciones los que fueron despreciados durante el esplendor, o chismes de alcoba que buscan beneficios económicos.
Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Es por eso que es mejor tomar el poder con lo que la teología católica llama “pobreza de espíritu”: poco apego a los bienes materiales, sencillez, tratar de servir y no de perseguir.
El Hubrys se traduce al castellano como endiosamiento. No solo el Presidente, sino su entorno y sus ministros caen fácilmente en este síndrome. El “señor ministro” necesita escoltas, convoyes armados, su vida está en peligro. Deja de estarlo el día en que termina su empleo y sale a tomar un café con medialunas en el café de la esquina. De un día a otro cesan las acechanzas nacionales e internacionales, y puede ir solo a comprar el periódico en el kiosco de revistas.
Cuando la pedantería nubla los ojos de los empleados públicos, ocurren las peores desgracias. En 2010, en una pequeña ciudad de Marruecos, el vendedor ambulante fue despojado de sus mercancías por la policía. Desesperado, se autoinmoló y agonizó durante diez días. El comentario burlón del gobierno sobre el incidente, encendió una agitación que estremeció a todo el mundo árabe.
Diez días después de la muerte de Mohamed, el presidente de Túnez, Ben Ali, dimitió, el conflicto se extendió a Egipto en donde cayó el gobierno de Hosni Mubarak, quien llevaba 30 años en el poder; en Libia cayó Muamar El Ghadafy después de 42 años de dictadura; en Siria se inició la prolongada guerra civil contra de la dinastía Al Assad; en Argelia el gobierno de Abdelaziz Buteflika; y en Yemen el de Ali Abdullah Saleh.
La enorme conflagración en todo el Oriente Medio no se debió solo al suicidio del modesto vendedor, que fue un detonante. Había una situación explosiva en contra de las prolongados gobiernos de la región y sobre todo indignación frente a la actitud arrogante de los funcionarios.
Esto ha ocurrido reiteradamente. Mencionemos solo la aparición del movimiento “soy 132” en México, cuando Enrique Peña Nieto chocó con estudiantes de la Universidad Iberoamericana. Su campaña había sido presuntuosa, comunicaba la seguridad de que Peña ganaría los comicios y ese es un error grave, porque si es así, sobra el voto del elector y eso provoca un movimiento en contra del candidato. Cuando los estudiantes protestaron en contra de la visita de Peña Nieto y lo pusieron en fuga, los representantes de la campaña dijeron que no habían sido estudiantes de la Ibero, sino “infiltrados” los que habían provocado el incidente. Nada indigna tanto a los estudiantes como esa acusación, propia de las burocracias gerontocráticas. Se armó una de las cibermovilizaciones más interesantes, en la que decenas de miles de personas aparecieron en las redes afirmando ser estudiantes de la Universidad. La reacción juvenil fue más en contra de las declaraciones pretenciosas de los burócratas, que en contra del incidente.
La imagen de Javier Milei se mantuvo estable desde que asumió el poder. Ni su saldo positivo ni su saldo negativo, cuando lo ha tenido, han llegado a 5 puntos. No fue ese el caso de los anteriores presidentes que en algún momento tuvieron enormes saldos positivos, y, en el caso de Alberto Fernández, un rechazo general al final de su gestión.
Desde el punto de vista cuantitativo, ni el control de la inflación, ni la estabilidad del precio del dólar han dado a Milei un rédito importante. Tampoco las drásticas medidas tomadas en contra de los jubilados, las universidades, la represión a artistas y periodistas le han restado demasiados puntos.
Cuando empezó el escándalo de la criptomoneda Libra parecía que era un tema complejo, que parecía afectar a su hermana y que siendo entendido por los jóvenes, que son su principal base, podía hacerle mucho daño. Esto no ha sido así. En un primer momento perdió unos pocos puntos que recuperó después. ¿Significa esto que Milei está blindado en su posición?
En la Argentina tradicionalmente hubo fuerzas políticas que se asentaban en los sindicatos, las universidades, los movimientos sociales, el partido eclesiástico, las gobernaciones, los municipios, en definitiva en lo que suelen llamar “el aparato”. Esas organizaciones acarreaban manifestantes en su respaldo, financiaban las movilizaciones con financiamiento del Estado. En los países latinoamericanos, esa ha sido la práctica generalizada: los militantes suelen vivir de los partidos y las iglesias. En Estados Unidos en cambio, los partidos y las iglesias viven del aporte económico de sus militantes y feligreses.
Macri y Milei fueron dos fenómenos de la nueva política. Cuando empezaron su carrera hacia el poder tuvieron poco o ningún apoyo de las organizaciones empresariales, los medios de comunicación, y ninguna de los sindicatos o de la iglesia. Ambos transmitieron un mensaje de cambio que fastidió a los grupos tradicionales. No hicieron caravanas, organizaron pocas concentraciones, más pequeñas que las que llenaban las plazas con acarreador por las organizaciones populares. Milei ni siquiera visitó la mitad de las provincias en las que obtuvo triunfos contundentes. Su campaña usó menos recursos que la peronista o la de Juntos por el Cambio. Casi no tuvo voceros. Careció del apoyo de gobernadores e intendentes. Hubo incluso curas revolucionarios que amenazaron con no distribuir los alimentos que financian con plata del Estado, a quienes votaran por Milei. Pudo proyectar la imagen de David de la que habla Malcolm Gladwell en su libro “David y Goliat”, el débil, el perseguido por unos poderosos malos que forman la casta.
El día del debate presidencial se evidenció esa estrategia cuando Sergio Massa se lució, acorralando contra las cuerdas a un Javier Milei que parecía indefenso. Massa se llevó el triunfo y Milei los votos. Durante toda la campaña Milei apareció cercano a la gente, con un lenguaje corporal que divertía, cantando canciones, imitando la voz de un león. Ofreció un gran ajuste, pero aseguró que sería pagado por la casta y por los políticos, que no afectaría a la clase media y a los pobres. No era un oligarca que pedía sacrificios, como parecían ser algunos dirigentes del PRO. Era Robin Hood que iba a salvar al país con la plata de la casta.
Tuvo muchos gestos humanos, sencillos, desde el relato de la relación con sus perros, hasta su actitud con niños y personas que se acercaban, hasta la visita a un periodista querido por la gente como Chiche Gelblung, en el sanatorio en que se encontraba.
Suele ocurrir que el candidato humano y sus colaboradores se enredan por las mieles del poder. El intento de que lo llamen “doctor”, es disparatado. Sus seguidores no le creen premio Nobel de Economía, sino que aprecian al “Peluca” que comunica como pocos políticos.
Compartí, con una gran cantidad de argentinos, la misma actitud cuando Milei lanzó su libro en el Luna Park. Me divertí mucho durante la primera parte en la que interpretó rock con su vieja banda, y cambié de canal en cuanto se pusieron a hablar de unos economistas del siglo pasado, que no sabían nada de las empresas.com, ni de las criptocoins, ni de los fenómenos más importantes de la economía contemporánea. Era mejor ir al YouTube a oír más rock.
Cuando Patricia Bullrich dice que una anciana agredida por un joven policía es una “vieja patotera” o que un periodista que está entre la vida y la muerte porque un policía lo agredió con un cartucho de gas lacrimógeno, estuvo en el sitio equivocado, hace un grave daño al Gobierno. Esos dichos pueden ser aplaudidos por un pequeño grupo de fanáticos, pero dejan en la mayoría un interrogante acerca de los buenos sentimientos de un Milei que venía a ayudar a los argentinos, no a golpear o matar a los más indefensos.
Pasa lo mismo cuando estalla el escándalo de la Libracoin. Me da la impresión de que no es una persona que se mueve por el dinero hasta el punto de patrocinar una estafa piramidal para hacerse rico. Daba clases de estos temas en el instituto de uno de los que aparecen como eventuales implicados, Mauricio Noveli, pero es probable que haya sido manipulado por personas de su entorno para meterse en este problema. En todo caso, sus seguidores, que forman parte de un 50% de la población, son en general, jóvenes y entienden más de estos temas y son más afectados por el tema.
Dijimos antes que los números de la imagen de Milei casi no se han movido por el escándalo de Libra, pero eso es así cuando limitamos el análisis al tema cuantitativo. En muchos hay el deseo de no haberse equivocado cuando votaron por Milei. Pero el apoyo no tiene la misma intensidad cuando aparecen sospechas sobre el entorno presidencial y cuando la ministra de Seguridad parece solazarse con el sufrimiento de ancianas y periodistas.
Los gestos de prepotencia hacen un daño cualitativo. Hay que acordarse que el poder es efímero y traidor. De seguir en esta dirección, el Gobierno tendrá problemas en las elecciones de este año, siempre que la oposición tenga una buena estrategia y permita que aparezca una alternativa. No importa que sea tan desconocido como lo fue Milei. hace cuatro años.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.
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