Durante la década de los 90 y todos los 2000, hasta el 2020, el mapa turístico de la Costa Atlántica estuvo dividido en grupos etarios y económicos. Si a Mar Del Plata iban las familias más populares de todo el país a vacacionar, Pinamar y Cariló estaban destinadas a quienes poseían un nivel adquisitivo más alto. Con San Clemente y San Bernardo para aquellos que buscaban tranquilidad y disfrute, había una ciudad que no entendía de billeteras ni de descanso y era Villa Gesell, balneario por excelencia para aquellos jóvenes que querían pasar unas vacaciones a puro boliche, música, pocas horas de sueño y mucha nocturnidad. Gesell latía al ritmo de los jóvenes y su estructura estaba preparada para recibir cada temporada a un público efervescente y enardecido de entre 18 y 35 años.
Pero todo cambió luego de la fatídica noche del 18 de enero de 2020 en la que un grupo de rugbiers asesinó al joven Fernando Báez Sosa a la salida del boliche Le Brique. Y lo que una vez fue terreno fértil para jóvenes en busca de diversión, hoy es una zona turística para familias que buscan tranquilidad, caminatas playeras, paseos de compra por la tarde y noches silenciosas que se apagan del todo a medianoche.
Irreversible
De los tres boliches que marcaban el pulso de lunes a lunes en Gesell durante los 2000, Dixit, Le Brique y Pueblo Límite, solo quedó este último que incluso abre solo los viernes y sábados y trabaja al 10 por ciento de su infraestructura. “La movida nocturna de Gesell desapareció”, afirma Lisandro alias “Lichi”, relacionista público de Pueblo Límite, el único boliche que aún continúa funcionando en un balneario que vio reducido a su público joven en más de un 65 por ciento, de acuerdo a las estadísticas que surgieron en la última temporada, según la Asociación de Hoteles, Restaurantes, Confiterías y Afines de Villa Gesell (AHRCA). “Recuerdo noches en el centro de Villa Gesell donde era imposible caminar y después eso se repetía en los diferentes boliches. A Pueblo Límite venían chicos desde Pinamar y otros puntos aledaños. Explotaba. Hoy Gesell está estigmatizada y la verdad es que no sabemos qué pasará a futuro. Da tristeza ver el boliche cerrado los días de semana en plena temporada y cuando abrimos, no hay más de mil personas cuando antes entraban 20 mil”.
Como nunca antes, un recorrido nocturno por el centro de Villa Gesell devuelve fotografías de muchas familias con hijos chiquitos, parejas solas y en menor cantidad, adultos mayores. Si bien hay jóvenes que se juntan en restaurantes y pubs que después de cierta hora comienzan a pasar música, la impronta de sus calles es mucho más tranquila que la que puede observarse a la misma hora en plazas turísticas como Mar Del Plata y Pinamar, las dos grandes ganadoras con este cambio de paradigma.
Para Carlos López, titular de la Cámara de Empresarios de Discotecas y Bares de la Provincia de Buenos Aires (CEDIBBA), la explicación reside en que además del shock emocional que fue el caso Fernando Báez Sosa, muchas decisiones políticas desalentaron al público joven a vacacionar en Gesell. “Se tomaron medidas restrictivas que generaron un ambiente hostil no solo para los jóvenes, incluso para todo tipo de personas, como controles excesivos y prohibiciones que afectan la experiencia turística”, reflexiona López.
Mea culpa
Los pocos residentes de Villa Gesell, los empresarios gastronómicos y comerciantes varios de la zona saben que fallaron como polo turístico en ese fatídico verano donde asesinaron a Fernando Báez Sosa y lo que están viviendo es consecuencia y una continuidad de malas decisiones. Carlo Ibañez, dueño de una famosa rotisería de la Avenida 3, reconoce: “No está siendo una temporada negativa pero estamos muy lejos de esos veranos donde teníamos filas de adolescentes que venían a comprar después de la playa para cenar. Ese verano 2020, luego de la tragedia de Báez Sosa, Gesell estaba militarizada, parecíamos estar en Estado de Sitio, no dejaban ir a los chicos a las playas con heladeritas y a todos los requisaban los autos. Quién va a querer venir a veranear a un lugar así. Por otro lado me pregunto, qué padres mandarían a veranear a sus hijos donde hace unos años mataron a un chico que podría ser el de ellos”.
En cuanto a las frías estadísticas, la temporada 2025 está siendo muy superior a lo que se esperaba teniendo en cuenta que centros turísticos como Brasil y Uruguay, al cambio con el dólar, estaban muy por debajo de los valores locales y eran un gran atractivo para personas que hacía años no cruzaban la frontera por la brecha cambiaria.
Números en rojo. La primera quincena de enero marcó un 69 por ciento de ocupación hotelera, mientras que en la segunda quincena, la cifra aumentó al 76 por ciento. Y aunque el porcentaje pareciera poco frente a los 85 de Mar del Plata y 96 de Pinamar, los comerciantes geselinos reconocen que frente a las malas expectativas que tenían, las cifras actuales no son del todo despreciable.
Jorgelina Zacarías, gerenta de un hostel para turistas comenta: “Esta temporada que estamos viviendo nos obliga a repensar el perfil de los clientes a los que tenemos que apuntar en Villa Gesell a futuro. No solo por la ausencia de jóvenes, sino porque tampoco gastan como antes. Entonces pensar en un público familiar que busca comodidad y paz en su estadía y paga por ello, equilibraría nuestros ingresos. Esperamos que en febrero repunte un poco”.
Según la Secretaría de Turismo de Villa Gesell, la ciudad comenzó febrero con una ocupación promedio del 74%, un relevamiento realizado este último fin de semana sobre una base de 320 alojamientos. Por lo que las expectativas del sector mejoraron con respecto a un enero gris, que trajo algunas preocupaciones. Lo significativo es que de ese total del porcentaje de ocupación, solo el 25 por ciento se refiere a un rango etario de entre 16 y 30 años, con autonomía propia, es decir, sin sus padres ni mayores en el mismo grupo.
En Villa Gesell aún se habla del asesinato que perpetraron los rugbiers en sus calles y eso aplaca las energías de todos los transeúntes. De hecho uno de los puntos turísticos es el boliche Le Brique cerrado y abandonado que hace las veces de santuario de Fernando Báez Sosa. Allí, por día, se dejan flores, estampitas y recuerdos. Un improvisado altar que nadie se atrevería a prohibir aunque entristezca a la ciudad.