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Festival financiero en una economía real muy floja

Hay de todo, todo el tiempo y nada definitivamente en contra de las aspiraciones oficiales, en el gran festival financiero de estos días que el Gobierno aprovecha con anuncios o medios anuncios positivos, muchas veces hechos “sin papeles”. Confianza o desconfianza cruzadas, apuestas al fin, en una economía real que no termina de remontar o que remonta desparejo.

Mezclados en el barullo, el ministro Luis Caputo y Pablo Quirno, el secretario de Finanzas que depende de Caputo se pisan con la misma información: que el Tesoro Nacional “iba a comprarle” al Banco Central o que “ya le compró”, según uno o el otro, los dólares necesarios para saldar el capital y los intereses de los bonos de la deuda que vencen en enero. Eso sí, en ambos casos se trata de los mismos US$ 2.701 millones.

Algo semejante ocurre con el Repo, un préstamo de unos US$ 3.000 millones que se negocia con bancos locales y del exterior, donde nadie en Economía pasa del “se analiza” al “se cerró” mientras corren las semanas. La última noticia dice que después de rechazar la garantía de los títulos públicos, los prestamistas apuntaron a las reservas de oro del BCRA y que, llegado ese punto sensible, el Gobierno evita cualquier comentario que pueda perjudicarlo.

Puestos a sumar anuncios, aún sin papeles, los funcionarios también metieron en la bolsa un paquete de US$ 8.000 millones del Banco Mundial y del BID que están proyectados para ser utilizados durante el 2025. En los hechos, buena parte de esa plata sería destinada a cubrir deudas con ambas entidades que vencen en 2025.

En cualquier caso y del modo como Caputo y compañía analizan los números, la gran estrella del festival son los alrededor de US$ 19.000 millones en depósitos que ya dejó el blanqueo y, de seguido, un stock de reservas brutas que araña los US$ 30.000 millones con un Banco Central convertido en una insaciable aspiradora de divisas.

“Hay gente que quizás pensando en el próximamente o por las dudas estuvo blanqueando lo que hoy no tiene”, dice un analista con años de oficio. Del modo que sea, todo habla sobre la magnitud de la economía en negro.

El telón de fondo explica la agitación de los funcionarios y la necesidad de vender buenas noticias sin descanso. Ahí aparece clavada una montaña de US$ 23.800 millones, esto es, una deuda que vence en 2025 y de ella, muy apremiantes US$ 16.000 millones que caen entre enero y julio.

Falta agregar un dato que es bastante más que un dato: el stock de reservas netas del BCRA, las digamos disponibles, es en realidad un rojo calculado en US$ 6.100 millones y no muy disponible por cierto.

Finalmente, de una manera o de otra, todos los caminos conducen al aquí ya famoso riesgo país, es decir, a lo que es una medida de la capacidad de pago de los países y las empresas de esos países que elabora el banco de inversión JP Morgan. El indicador se agrega a la cotización de un bono del Tesoro de EE.UU. y así, finalmente, surge el número que marca el costo de endeudarse en el exterior.

A partir de un índice de 952 puntos básicos o del 9,52%, y después de sumarle el precio del bono de EE.UU. la cuenta arroja para la Argentina una tasa de interés del 13,98% en dólares o un 14% en números redondos. Demasiado cara para salir a pedir plata, incluso para pensar en la refinanciación de los US$ 23.800 millones a largo plazo.

Pero así son las cosas. Y entre ellas, que el 14% servirá de referencia para las inversiones en divisas o, si se prefiere, para calcular el retorno que se pretenderá de las inversiones o, al fin, para definir “el costo argentino”. El combo completo explica el empeño de los funcionarios en vender confianza y el peso del cepo en las decisiones.

Hacia adentro, hay lo que hay y lo que hay da para mejorar y no para andar desparramando buenas ondas. Eso cuentan, al menos, cifras tomadas de informes de la Secretaría de Trabajo y Empleo y del INDEC, esto es, todo oficial o paraoficial.

Para empezar por lo que urge y sintetiza el cuadro general, la caída del empleo, generalizada, acumula once meses consecutivos. Uno de los informes cuenta que entre septiembre 2023 y julio 2024 se perdieron 168.000 puestos de trabajo de los formales, en blanco y con aportes previsionales; 95.400 de ellos en la construcción, 30.000 en la industria manufacturera y 7.900 en hoteles y restaurantes.

Salvo en una provincia donde el empleo se mantiene estable y en tres, donde crece, el fenómeno está generalizado a todo el país, esto es, a 20 jurisdicciones con la Ciudad de Buenos Aires adentro. Inevitable imaginar que por allí pasó una motosierra.

En paralelo, otro relevamiento oficial advierte: “Pareciera estar retomándose el nivel de suspensiones previas a la pandemia del Covid”. Aquí no hay números, aunque viene cantado asociar suspensiones con despidos.

Y con el rigor de la misma lógica, vale sumar al paquete la caída del salario real. Eso hacen, justamente, un par de analistas privados que anotan una baja del 20% en la remuneración bruta promedio entre mayo del 2013, el punto más alto de la serie, y junio 2024. Y también la caída del 26,5% en el mínimo vital y móvil acumulada desde noviembre del 2023.

Sólo un dato más, en este mundo cargado de datos: el golpe a las tarifas de electricidad, gas y combustibles. Según el INDEC, entre septiembre 23 y septiembre 24 fue del 391,8% en el Gran Buenos Aires; un 437% para la Patagonia y 494% en Cuyo.

Obvio de toda obviedad, el consumo se desploma. En números de una consultora especializada, cae 14,1% en el Área Metropolitana y 27,3% en el interior. En continuado, la capacidad de producción ociosa, sin utilizar, en la industria promedia el 38,7%, orilla el 50% en textiles y clava un 40% para el sector automotriz.

¿Cómo le llamará a este saque el ministro de Desregulación, Federico Sturzenegger, el de la motosierra profunda o, según sus palabras, la deep motosierra?

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