“Yo les digo, argentinos, guarden sus pesos. No vamos a devaluar”.
La frase fue del ex presidente Carlos Menem a mediados de 1992. El peso se había apreciado respecto a las monedas de países desarrollados (N.E.: no existía el euro). Y la reacción empresaria se hizo sentir. “Hay que ajustar el tipo de cambio”, dijo Agostino Rocca, de Techint. “Pueden ser microdevaluaciones”, sugirió en público.
“Es un irresponsable”, lo cruzó Menem. También en público.
Casi 30 años más tarde, y justo en la semana en la que Javier Milei homenajeó a Menem inaugurando un busto suyo en la Casa Rosada, el actual presidente criticó a quienes piden que el dólar suba más de 2% por mes.
“Son unos chantas”, tildó a los economistas.
El peso en 1992 se había apreciado a nivel global. En septiembre había ocurrido una corrida especulativa en Italia y Gran Bretaña que expulsó a la libra y la lira del Sistema Monetario Europeo, un mecanismo de bandas que brindaba estabilidad monetaria al continente antes de la moneda única (euro). George Soros, un magnate húngaro que había apostado al desplome de la moneda británica (shortear), fue seguido por una manada de especuladores y Gran Bretaña se vio inmersa rápidamente en una severa crisis de la que salió devaluando el pound: la libra cayó 13,5% en veinte días. El peso argentino, rígido por la convertibilidad, perdió competitividad.
En la Asamblea Anual del FMI en EE.UU., unas semanas más tarde de la jugada de Soros, Cavallo ratificó la paridad un peso-un dólar ante la pregunta de inversores. Y negó que hubiera atraso cambiario. “Desde abril de 1991 el dólar se devaluó 25% con relación a las monedas europeas. Eso ayudó a nuestro comercio”, contragolpeó. “Un traje en Buenos Aires cuesta entre US$ 100 y US$ 200. En Washington sale US$ 99 incluyendo camisa y corbata” contaban las crónicas de la época.
No obstante todo esto, Cavallo regresó a Buenos Aires y organizó dos reuniones.
Primero, con el Gabinete completo del gobierno de Carlos Menem y gobernadores peronistas. El secretario de Industria de Cavallo, Juan Schiaretti, la llamó “la segunda etapa del Plan de Convertibilidad”. En el Teatro Cervantes Cavallo dio una serie de respuestas a los industriales que se jactaban de estar ahogados por la apreciación cambiaria, para bajar el “costo argentino”: modificar la ley laboral, privatizaciones y reforma previsional.
Segundo, reunió a 15 economistas en el salón Florida del Hotel Plaza para escucharlos. Estuvieron José Luis Machinea, Adalberto Rodríguez Giavarini, Mario Vicens, Adolfo Sturzenegger, Roberto Alemann, Juan Carlos De Pablo, Lorenzo Sigault, Miguel Ángel Broda, Armando Ribas, Raúl Cuello, Carlos Rodríguez, Ricardo Arriazu, Carlos Carballo, Ignacio Chojo Ortiz y Roberto Lavagna. Ninguno sugirió la posibilidad de salir de la convertibilidad, no al menos públicamente. Sin embargo Cavallo les mencionó que el futuro del 1 a 1 sería una canasta de monedas con el dólar, el marco y el yen. Era noviembre de 1992.
En una entrevista al poco tiempo en El Cronista, le preguntaron a Lavagna sobre la convertibilidad. Respondió así el futuro ministro:
“La alternativa de la devaluación hoy nos puede dejar más costos que beneficios. Hay dos tareas simultáneas que hacer. Una de ellas, la de las empresas puertas adentro. La otra, el Gobierno tiene que hacer algunos ajustes que permitan bajar los costos. El programa de convertibilidad es un programa sólido, coherente, resistente y en un año de vigencia nos ha aportado una estabilidad que puede ser duradera. En ese sentido, tiene un enorme valor y no hay que quitarle méritos. Creo, eso sí, que le falta escribir el capítulo de políticas de promoción de la inversión. Yo espero que se empiece a escribir cuanto antes”.
Ya se sabe que esto último que señaló Lavagna no fue lo que sucedió: las reformas se pospusieron, el uno a uno se mantuvo y la convertibilidad duró una década más hasta que sufrió de asfixia por falta de dólares.
Bajo la apariencia de un programa pragmático para matar de raíz la inflación como la convertibilidad, quizá Menem transformó una herramienta para desinflar (el tipo de cambio) en un arma para ganar las elecciones. A punto tal que lo llevó a enfrentarse y enemistarse con Cavallo cuando este último exploró su flexibilización. Casi como hoy Milei se molesta con el mismo Cavallo cuando el ex ministro habla de atraso cambiario.
“Yo de economía entiendo, y entiendo de filosofía económica”, se defendió Menem en aquel momento. Milei no dijo lo mismo pero Daniel Scioli por lo menos ya lo sugirió. “A Milei le van a tener que dar el Nobel de Economía”.
Una vez John F. Kennedy, el presidente de EE.UU., rodeado de muchos asesores económicos con distintas opiniones sobre un mismo tema, dijo sobre los economistas: “Lo que hoy está en juego en nuestras decisiones económicas no es una gran guerra de ideologías rivales que azote al país con pasión, sino la gestión práctica de una economía moderna”.