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El acuerdo posible de un sistema político al desnudo

Si por una vez se aceptara que las casualidades son en realidad solo expresiones llamativas de una severa y oculta lógica de acontecimientos anteriores, tal vez podría entenderse mejor la respuesta que dio el Congreso al proyecto de ley Bases que envió el presidente Javier Milei.

El tratamiento legislativo todavía no termina y resta conocer la decisión final del Senado, pero entre el lunes y el martes quedó dibujada la diferencia entre un inviable ensayo legislativo libertario y un inestable e inconexo consenso liberal. Consenso al fin.

La síntesis aun incompleta del destino de la ley Bases deja datos reveladores.

«Existe un acuerdo político tácito, hijo de una nueva comprensión mayoritaria, en el sentido de que la Argentina debe adoptar como eje de sus decisiones al liberalismo en su sentido más extenso»

En contra del uso y costumbre del Parlamento argentino a lo largo de la historia de habilitar los pedidos de un presidente nuevo, primó la desconfianza y se activaron mecanismos de autodefensa corporativos del viejo sistema político en crisis.

El primer rechazo al proyecto, a principios de febrero, no se debió tanto a lo que incluía sino a la falta de suficientes contraprestaciones exigidas, entre otros, por gobernadores preocupados por los recortes de fondos, sindicalistas alterados por la pérdida de recaudación de aportes compulsivos o grupos empresarios interesados en no perder prebendas impositivas.

No fue lo único. También empezó entonces a dibujarse lo que en este segundo intento quedó más claro. Existe un acuerdo político tácito, hijo de una nueva comprensión mayoritaria, en el sentido de que la Argentina debe adoptar como eje de sus decisiones al liberalismo en su sentido más extenso.

Milei llegó al final de este largo proceso de convencimiento con una versión tan extrema como oportuna para encontrar votantes que siempre han sido renuentes.

Al desnudo, el sistema político resumido en el Congreso dejó ver con claridad cómo el mundo de los negocios y de los conglomerados sindicales acostumbrado al acomodo y a obtener beneficios espurios del Estado tiene una representación en muchos casos transversal a los partidos.

El Gobierno también parece alcanzado por compromisos de reciprocidad con esos grupos. Si alguien esperaba que Milei llegara para desarmar esos intereses que chupan la sangre de las administraciones podría estar a punto de sufrir un desengaño. Veremos.

«El sistema político resumido en el Congreso dejó ver con claridad cómo los grupos acostumbrados al acomodo y a obtener beneficios espurios tienen una representación transversal a los partidos»

El Presidente, por estilo y por cálculo político, decidió no formar parte del nuevo consenso liberal que nació en la Argentina como reemplazo del destruido Juntos por el Cambio. Eso abre un juego de debilidades múltiples en el que el Gobierno tiene una mayor oportunidad de sobrevivencia solo por el hecho de serlo.

La contraindicación es que se pueden perder, entre agravios y roces innecesarios, esos acuerdos de fondo que por primera vez en décadas podrían abrazar varios gobiernos luego del ciclo Milei. Pero el Presidente hace del choque su forma de relacionamiento y el sistema político se está adaptando a las lluvias de descalificaciones y adjetivos que anteceden a los llamados para negociar.

El fuerte recorte a los planteos de Milei en su primera ley Bases y aun los que se hicieron a la versión votada el martes en Diputados puede ser a primera vista consecuencia de la frágil representación libertaria. Esta resulta de ser una fuerza debutante (hace tres años logró bancas de solo dos distritos) y de que en la elección de octubre del año pasado alcanzó apenas el 30 % de los votos.

«Queda por determinar si Milei y su propuesta radicalizada es complementaria u opuesta al nuevo consenso liberal»

Hay una lectura complementaria que bien puede encajar con la advertencia que, bajo la forma de un pedido, hizo Guy Sorman en un artículo publicado el martes pasado en LA NACION. “Salven al presidente Milei de sus propios excesos. Salvar a Milei equivaldría a salvar al liberalismo”, reclamó el intelectual francés a la dirigencia argentina.

Sorman estableció las diferencias entre liberalismo y libertarismo, tal como una semana antes, en la Fundación Libertad, se había expresado el mandatario uruguayo, Luis Lacalle Pou, en un claro contraste con el mensaje posterior en el mismo atril de Milei.

Queda entonces por determinar si Milei y su propuesta radicalizada es complementaria u opuesta al nuevo consenso liberal. Este es el contrapeso necesario al populismo que todavía con visible fortaleza encarna la hegemonía kirchnerista dentro del peronismo, histórico bastión de creencias políticas y económicas que llevaron a la decadencia del país.

Es posible que la respuesta sobre si habrá una alianza tácita o un enfrentamiento destructivo entre liberales y libertarios tarde en llegar. Dependerá de los aciertos y fracasos del Gobierno y de la capacidad de relacionamiento o de sometimiento de los sectores en pugna.

Una señal surge de la tardía buena voluntad de los opositores que aceptaron colaborar con el Gobierno. Avisan que sus legisladores se replegarán y que será más difícil convencerlos de votar proyectos kilométricos como la ley Bases. En realidad, en esa imagen de supuesta reticencia futura ocultan la necesidad de encontrar una nueva identidad partidaria, saber realmente qué son y a quién representan macristas, radicales, peronistas dispersos y otras variantes.

Mientras, el peronismo espera y desespera por el fracaso de Milei, única tabla de salvación para el regreso, vacío como está de ideas que superen las que Cristina Kirchner convirtió en fracaso e hicieron posible la fuga de millones de votos hacia lo nuevo y desconocido.

Milei es quien sin embargo tiene el mayor desafío y la oportunidad más grande: mostrar que sus palabras son corroboradas por los hechos. No dejará de hablar, al fin su gran arma como la de todo político, pero está cada vez más obligado a hacer para evitar que sus discursos no pierdan sentido y solo quede de ellos la borrasca del insulto y la descalificación.

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