miércoles 03 de abril de 2024 | 14:41hs.
No tiene televisión ni radio. Su único contacto con el mundo exterior desde su casa en la zona rural de Santa Ana es el celular. Así eligió vivir Mabel Rodas (67), la enfermera misionera que durante la guerra de Malvinas atendió a los combatientes argentinos heridos que llegaban al Hospital Naval de Puerto Belgrano (Punta Alta, Buenos Aires).
Mabel no estuvo en las islas, pero vivió desde su lugar el horror que tuvieron que pasar los soldados heridos, vio el miedo en sus rostros, la tristeza de quienes por la gravedad de heridas perdieron parte de su cuerpo.
Hija de tareferos que se mudaban constantemente -camino por el que fueron naciendo ella (en Campo Viera) y sus hermanos en otras localidades-, eligió su vocación de sanar y cuidar viendo a su padre recorrer las chacras atendiendo a los necesitados.
“Acá estaba antes la Cruz Roja, pero después se cerró y para los que nos quedamos, el sanatorio Nosiglia tenía una escuelita de enfermería, ahí yo estudié y con ese título me fui a Puerto Belgrano, donde está la Escuela de Sanidad Naval en 1979. Todo el que ingresaba para enfermería pasaba primero por esa escuela”, contó la enfermera jubilada que lleva adelante un proyecto malvinero para que la causa y la gesta no se olvide.
El trabajo de esta enfermera y de muchas otras, así como de las mujeres que lo vivieron en primera persona en las islas, estuvo por mucho tiempo silenciado, poco valorado por la historia. Hoy gracias a ellas mismas y al reconocimiento de sus compañeros se las puede reconocer y agradecer debidamente.
Mabel compartió un poco de su historia con El Territorio, reflexionó sobre la guerra y recordó aquellos días de ardua labor que, aunque hayan transcurrido 42 años, no se borran de la memoria.
Te desempeñaste en el Hospital Naval mientras transcurría la guerra…
El Hospital Naval de Puerto Belgrano es parte de la base militar que está en la localidad de Punta Alta. Me quedé hasta el 85 ahí, después me fui al Hospital Naval de Ushuaia y me quedé hasta el 90 y luego pasé al Hospital Regional de Tierra del Fuego, allá me jubilé.
No tengo familia propia, creo que es una gran secuela que quedó en mí y en mis compañeras, porque éramos muy jovencitas cuando afrontamos la guerra y eso nos marcó para siempre, es un antes y un después. Obvio que tengo sobrinos, hermanos y ellos son por ahí mi contención.
¿Ya sabían en el hospital que iniciada la guerra deberían atender soldados heridos?
Pasó así: el 1 de abril de 1982 yo cubría guardia de 18 a 6; en horas de la madrugada nuestros superiores pasan por los distintos servicios avisando que el día 2 a las 6 de la mañana no entregáramos la guardia porque iba a haber novedades. Eso pasaba siempre, porque a veces nos cambiaban de servicio o a veces habían capacitaciones y demás.
Como a las 11 de la mañana hubo una formación de todo el personal del hospital en el patio, eso sí llamó la atención. Ahí nuestro director médico, el capitán de navío, el doctor Federico Horgan, nos dice que esa madrugada tropas argentinas habían desembarcado en nuestras islas Malvinas, que hubo un enfrentamiento, que hubo heridos y fallecidos y que a partir de ese momento nuestro hospital era declarado de apoyo logístico y centro de operaciones de la guerra contra la Gran Bretaña e Irlanda del Norte.
Efectivamente ese día ingresaron nuestro capitán, Pedro Edgardo Giachino, fallecido, a quien se trasladó a la morgue y nuestro querido compañero de todos los días, el cabo segundo Ernesto Ismael Urbina, que era comando anfibio, llegó gravemente herido, se lo trasladó al quirófano. Yo trabajaba en la sala de pre y poscirugía.
¿Recordás qué sensación o qué sentimiento te produjo ese día que les comunicaron lo de la guerra y cuál era su trabajo?
Fue una mezcla de sensaciones, de sentimientos porque nunca habíamos enfrentado una guerra, no teníamos la experiencia, sí estábamos con muchísima fortaleza, con un sentimiento patriótico. Inmediatamente nos pusimos a disposición del hospital y empezamos a repasar técnicas en heridos de guerra.
Hubo mucho compañerismo entre nosotras, muy jóvenes éramos, entre 20 y 25 años, yo tenía 24. Sí estábamos expectantes por la experiencia que íbamos a tener como enfermeras en heridos de guerra y por prestar el servicio a la patria.
¿Te tocó atender a soldados británicos?
Asistimos a dos prisioneros británicos que llegaron antes del hundimiento del Crucero ARA General Belgrano, eran dos jóvenes. Teníamos dos órdenes muy claras: una orden médica sobre darle la medicación y los alimentos en la boca, porque ellos estaban enyesados, y la otra era una orden militar de que no teníamos que mantener ningún tipo de conversación con ellos.
Fue algo muy… cómo puedo explicarte… una mezcla de rabia con el sentimiento de servicio, porque lo que veíamos en ellos era que representaban a la fuerza que estaba invadiendo nuestras islas y la sala estaba repleta de heridos provocados por la fuerza que ellos representaban. No queríamos asistirlos, entonces nuestros superiores nos llaman y nos hacen ver que son dos pacientes más, que estamos en guerra, que nosotros somos enfermeros en la guerra y en la paz, y que debemos atenderlos.
Y del ataque al General Belgrano, ¿qué recuerdos tenés de ese día de la llegada de los heridos?
El 2 de mayo de 1982 nuevamente nos informan que habían hundido al glorioso crucero ARA General Belgrano y que a partir de ese momento debíamos evacuar una gran parte del hospital, que era la parte de maternidad, ginecología tocoginecología, salas de parto, pediatría; desarmar todo de esas salas y todos los pacientes que estaban ahí se los mandaba a la parte del Hospital Civil.
El personal de maestranza tuvo que limpiar los pisos, las paredes, nosotros empezamos a armar las camas, los sueros, los aspiradores y esterilizar todo. Todavía no teníamos pacientes y nos empezamos a capacitar con dos médicos, uno de ellos especialista en cirugía torácica y reparadora. Recién el día 5 empezaron a llegar los náufragos, la valiente muchachada de la Armada. Llegaban quemados, algunos con sueros en camilla, otros en sillas de rueda, habían semianestesiados, otros veían hablando palabras sueltas como si estuvieran en altamar perdidos, algunos llegaban gritando ¡viva la patria!.
Había de todo y nosotras comenzamos a hacer nuestro trabajo, como bien nos habían instruido. Primero había que sacar toda la parte quemada, lo que se podía sacar, porque tenían quemado el uniforme pegado al cuerpo, los cintos, los borcegos. Eso se hacía en un sector que se llama ‘sucio’, que es donde se sacan todas esas cosas; luego se los pasaba al sector de al lado, un quirófano donde se les hacía un cepillado con un cepillo de cerda bajo anestesia, ahí estaba el equipo médico, todos trabajamos con el paciente: el médico el cirujano, la anestesista, la instrumentadora, enfermeras.
Después pasaban a la sala de internación, donde se le dejaba con varios sueros, porque un paciente quemado es un paciente en estado crítico. Controlábamos los goteos y toda su evolución. Todo eso fue nuestro trabajo hasta diciembre de ese año, que se fueron de alta los últimos náufragos del crucero ARA General Belgrano y nosotras a partir de ese momento pasamos a ser invisibles para la historia de nuestra patria, porque jamás nadie, ni siquiera nuestros superiores, nos han llamado para decir si hicimos bien el trabajo o si lo hicimos mal. Nos quedamos calladas 30 años.
¿Por qué crees que pasó eso?
No sabemos por qué, nadie nos dijo que mantuviéramos silencio. Era tan grande el dolor, tan grande el estrés que pasamos que no podíamos hablar, recordar sí. Así fue que cuando se cumplieron los 30 años nosotras empezamos a salir, porque había gente que estaba contando nuestra historia y era mentira lo que decía: que varias personas habían fallecido en el hospital y no fue así, que habían quedado desnutridos en el hospital, pero así llegaban de las islas
Así nosotras empezamos a hablar, nos empezaron a escuchar, a reconocer, a mí me reconocieron recién el año pasado acá en la provincia, en la Legislatura, y se está haciendo la gestión para el reconocimiento definitivo en el Congreso de la Nación. Me den o no me den el reconocimiento yo estoy orgullosa de haber servido a la patria, de haber asistido a los heridos. Gracias al trabajo de todo el equipo de salud ellos hoy pueden contar todas sus hazañas en las islas, todo lo que pasaron.
¿Qué reflexión te deja cada 2 de abril?
Como reflexión te puedo decir que una guerra nunca más, porque en una guerra ninguno gana, por más que dicen que gana un bando o el otro. En una guerra todos perdemos, se pierden hombres valiosos de ambos lados, padres, hermanos, amigos, hijos. Creo que se tiene que llegar a un entendimiento entre los hombres y a través de la diplomacia llegar a un acuerdo.
En la guerra se enfrentan jóvenes que no se conocen, que no se odian y que sí se matan, cumpliendo las órdenes de viejos que sí se conocen, que sí se odian, pero no se matan. Entonces, para mí una guerra nunca más, porque uno recuerda todos los días, más en esta época, el grito de dolor de jóvenes que habían puesto el pecho a las balas para defender la patria y eso uno no puede olvidar, por eso yo decidí vivir alejada de todos, en el monte.
No hicimos el trabajo de enfermería solamente, fuimos psicólogas, secamos sus lágrimas cuando se enteraban que les habían amputado una pierna, un brazo; cuando ellos sentían esa tristeza, esa angustia, nosotras estábamos ahí alentándolos a seguir viviendo otra guerra que era la guerra del desprecio, porque en un primer momento se despreciaba a aquella persona que estuvo en la guerra y como que había perdido la guerra, lo tomaban como un cobarde y esa guerra se vivió, esa guerra se palpó.
¿Cómo te encontrás hoy?
Vivo en Santa Ana, en la zona rural, donde estoy haciendo un proyecto malvinero para traer un poco de paz a tanto quebranto. Consiste en tener un espacio donde reencontrarnos con nuestros pacientes, reencontrarnos con veteranos de guerra a que vengan a pasar el día, si quieren quedarse, hay lugar, y recordar aquellos días, armar proyectos similares al mío.
Mabel Rodas
Enfermera
Nació en 1957 en Campo Viera, hija de padres tareferos. En 1979, recibida de enfermera se trasladó a la Base Naval de Puerto Belgrano en provincia Buenos Aires, donde prestó servicio atendiendo a los heridos de la guerra. En los 90 se fue a Tierra del Fuego, al Hospital Regional, allí se jubiló. Volvió a Misiones en 2009 y vive en Santa Ana, donde tiene un espacio de reencuentro con veteranos.