Quizás la imagen que surge de inmediato ante la mención del nombre de Glen Powell sea el rostro del engreído presidente de un club de golfistas que oficiaba de novio del personaje de Emma Roberts en la explosiva Scream Queens de Ryan Murphy. “Todo el mundo quiere un poco de esto”, deslizaba orgulloso Chad Radwell señalando su musculosa anatomía. “Las mujeres, los hombres, los animales, y hasta las plantas, probablemente”. Ese signo de simpática estridencia lo hizo resaltar dentro de un elenco de figuras que clamaban reconocimiento, con Lea Michele a la cabeza, y en la mirada del propio Murphy, quien en este año prepara un musical para Broadway con Powell en la piel del simpático Radwell como su nueva estrella. Entonces era 2015, antes del promocionado pase de Murphy a Netflix, la etapa en que sus ficciones congregaban cierto aire pop, desparpajo y mucha vocación para reírse de sí mismo. Fue con ese sentimiento con el que mejor sintonizó el joven actor, haciendo de su sentido del humor la mejor herramienta para inventar al perfecto galán para la nueva vida de la comedia romántica.
El estreno de Con todos menos contigo este próximo jueves 25 viene a confirmar los incansables intentos de resucitar un género que tanto ha dado al cine y que, en estos tiempos cínicos, parece recoger las ilusiones de los que aún creen en las historias de amor. Pero esta historia de amor no es nueva, el guionista y director Will Gluck (Se dice de mí, Amigos con derechos) recicla la comedia shakesperiana Mucho ruido y pocas nueces en sintonía con los tiempos actuales: Bea (Sydney Sweeney) y Ben (Powell) se conocen en un bar, tienen un encuentro de una noche que termina en malentendido y separación, y seis meses después se reencuentran en un vuelo a Australia para participar de una fiesta de casamiento. Lo que comienza como un parodia de romance para seguir el espíritu casamentero de los invitados puede terminar convirtiéndose en realidad. Las excursiones por el Outback australiano y las noches en la moderna Sydney visten un romance que tiene el humor como engranaje principal, asumiendo con astucia la mejor herencia de los años 90.
“Una de mis comedias favoritas desde que era niño -Glen Powell nació en 1988- era La boda de mi mejor amigo [1997]. Cuando iba de viaje por la ruta con mi familia poníamos todo el tiempo la banda sonora. Creo que podría recordar cada palabra de cada canción. Hay mucha alegría en las comedias románticas, y La boda de mi mejor amigo es un buen ejemplo de ello. Y, de alguna forma, también dice algo sobre el amor”, revela el actor en una reciente entrevista con la revista Vogue. El éxito del director australiano P.J. Hogan, con Julia Roberts, Cameron Diaz y Dermot Mulroney tiene varios puntos en común con el reciente estreno de Powell: la preparación de una boda como marco del relato, el juego entre héroes y villanos de los protagonistas, y la presencia de Mulroney en ambos elencos. “Antes de empezar a filmar, proyectaron La boda de mi mejor amigo para todo el elenco. Dermot no la había visto desde su estreno. Y entonces me dijo: ‘No hay mejor privilegio que representar el amor en el cine’. Eso me dio el empuje que necesitaba”.
A simple vista, Powell no parece necesitar mucho empuje apara adquirir confianza. Lo demuestran los personajes que ha conseguido desde aquel despegue con Ryan Murphy en la televisión. Cultivó su apostura histórica como el astronauta John Glenn en Talentos ocultos (2016) -disponible en Disney+-, fue un atleta de fraternidad en Everybody Wants Some!! (2016) -disponible en Prime Video, Mubi y Movistar TV- de Richard Linklater, modeló su perfil de galán vestido de smoking y abandonado luego de una propuesta de casamiento por un club de lectura en La sociedad literaria y del pastel de cáscara de papa de Guernsey (2018, disponible en Neflix).
Papeles menores en elencos importantes que le abrieron las mejores puertas: a una extensa colaboración con Linklater que se actualiza en Hitman (2023), una comedia policial próxima a estrenarse -en la que Powell también participó como guionista-, a un salto a las películas de acción que tuvo como hito la reciente Top Gun: Maverick (2022) -disponible en Star+, Paramount+ y Movistar Play-, haciendo de desafiante contrafigura del mismísimo Tom Cruise -quien lo estimuló para que completara su formación como piloto-, y la entrada triunfal en la comedia romántica con el primer éxito de Set It Up: El plan imperfecto (2018) -disponible en Netflix- y el desembarco inminente de Con todos menos contigo.
En la entrevista con Vogue, Powell confiesa que sus padres y hermanos son la principal contención para no extraviarse en la vorágine del éxito. Si bien reparte su tiempo entre Nueva York y Los Ángeles por los rodajes y las campañas de prensa, siempre se reserva algunos de los meses del año para disfrutar en el rancho familiar en Austin, Texas, de donde es oriundo. “Es donde me siento mejor conmigo mismo”. Alejado de los flashes que ya lo anuncian como una de las promesas del futuro de Hollywood, Powell no se siente todavía como el heredero de todo un linaje de galanes que definieron a la comedia romántica a lo largo de la historia, desde Cary Grant o James Stewart en la screwball comedy, pasando por el neurótico de Woody Allen de Annie Hall (1977), hasta el verborrágico Billy Crystal de Cuando Harry conoció a Sally (1989). “Trato de mantenerme al margen de las presiones, porque el negocio es así: hoy sos idolatrado y al día siguiente te destruyen. Solo hago las películas que me gustaría ver. Y cuando se trata de una comedia, no tiene sentido tomarse demasiado en serio. Tenés que estar dispuesto a ponerte en ridículo”.
Uno de los mejores recuerdos de Powell de su paso por el mundo del espectáculo ha sido el rodaje de Everybody Wants Some!!, la apócrifa secuela de Rebeldes y confundidos (1993) que recondujo a Linklater hacia el universo juvenil de sus primeros años como cineasta. Como la mayoría de los directores que debutaron en los 90 -Noah Baumbach con Pateando el tablero (1995) o Nicole Holofcener con Confidencias (1996)-, Linklater imaginó su ópera prima como un retrato de época con tintes autobiográficos, pero al mismo tiempo como una declaración sobre qué cine quería hacer, capaz de conjugar la voz de su generación, los conflictos de su ciudad y el amor de una etapa de la vida. Everybody Wants Some!! fue un regreso a esos tardíos 80 desde una perspectiva adulta, cargada de cierta melancolía pero no exenta de euforia. Eso fue lo que más contagió a Powell, esa cofradía imaginaria de la que no quería desprenderse cuando las cámaras se apagaron por última vez. “Cuando terminó el rodaje, lloraba mientras me afeitaba el bigote”. Por suerte, el reencuentro con Linklater no tardó en llegar.
“Hit Man fue algo que Rick [Linklater] y yo inventamos durante la pandemia”, destaca en la charla con Vogue. “Solía escribir películas cuando era niño y la clase de escritura creativa era mi materia favorita. Todos los demás escribían poesía y prosa, y yo escribía páginas de guiones para que la clase las leyera en voz alta. Cuando me mudé a Los Ángeles, vendí un par de ellos que me hicieron mantenerme a flote durante un tiempo. No eran grandes guiones, pero sí ideas lo suficientemente decentes como para que me paguen y pueda evitar que me desalojen. El hecho de que mi primer crédito como guionista sea junto a Linklater es increíble”. La película cuenta la historia de un investigador que se hace pasar por asesino a sueldo para atrapar a una organización criminal que ordena un asesinato. “La idea surgió de un artículo en Texas Monthly sobre un tal Gary Johnson, del Departamento de Policía de Nueva Orleáns, que se hace pasar por sicario para desbaratar asesinatos por encargo. Lo que hizo interesante a Gary fue que era un profesor de psicología fascinado con el motivo por el cual algunas personas mandan a matar a otras”.
La colaboración con Linklater en Hit Man -película que pasó por el festival de Venecia el año pasado y espera su estreno local recién en mayo próximo- es uno de los highlights de un año que parece ser el definitivo en la carrera de Powell. En la cima de su agenda está el estreno de Twisters (2024), la postergada secuela de aquel éxito del cine catástrofe con Bill Paxton y Helen Hunt. Con dirección de Lee Isaac Chung -artífice de la indie Minari (2019)- y basada en la historia de Michael Crichton, esta nueva versión del tornado no es una secuela propiamente dicha, ni aparecen los personajes de la original, sino que intenta reimaginar aquel espíritu apocalíptico en el presente. Un impacto que la creación de Crichton proyectó en clave analógica hace casi treinta años y que sabremos pronto si es posible repensarla en el mundo actual. “Cuando estaba trabajando en Top Gun -continúa Powell-, [Tom] Cruise mencionó algo interesante: ‘Si querés hacer películas de cierto tamaño, alcance y escala [un blockbuster], tenés que descubrir qué puede conectar con todos los que te rodean, en todos y cada uno de los rincones del mundo”. Y los humanos versus el clima es una idea muy universal: cuán impotentes somos frente a estas fuerzas a menudo creadoras de cataclismos”.
La personalidad de Glenn Powell parece no agotarse nunca. Puede ser galán de un drama romántico, deportista de una fraternidad, villano de una historia de acción, héroe de una gesta histórica, o quien se pone en ridículo para conquistar a la chica que tanto le gusta, aunque no esté dispuesto a admitirlo. Hoy forma la pareja de ficción de moda junto a Sydney Sweeney, juntos desbordan de química y sensualidad, y el futuro de la comedia romántica parece recibirlos con beneplácito. Una faceta desconocida de su pasado fue la fugaz colaboración con Lynda Rosen Obst, productora de rom-coms como Sintonía de amor (1992) de Nora Ephron, Un día muy especial (1996), con George Clooney y Michelle Pfeiffer, o Cómo perder a un hombre en 10 días (2003), uno de los últimos éxitos del género de la vieja escuela. “Trabajar para Lynda fue toda una educación en Hollywood. Y una cosa que realmente la define es su capacidad para hacer comedias románticas realmente convincentes. Yo me pasaba leyendo guiones día tras día, sentado en el estacionamiento de Sony. Y junto a ella empecé a descubrir qué cuerdas tocaban los grandes hacedores del género, la capacidad que hay que tener para honrar su espíritu, sus historias, sus personajes. La comedia romántica es como aquella comida reconfortante, a la que vuelves sin sorpresas pero con infinito placer”.